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Ideas de América

Por: Carlos Martínez-Cava

“Para hacer que amemos a nuestro país, éste debería ser amable” dijo Edmund Burke. Aunque sigue siendo un buen país, muchos se preguntan si es todavía un buen país. Hay quien cree que ha dejado de ser su país. Nosotros no hemos abandonado a América, dicen, ella nos ha abandonado a nosotros. Como escribió Eurípides: “No hay mayor dolor en la tierra que la pérdida de la tierra natal”.

Con estas palabras comenzaba el preámbulo de una de mis obras sobre Estados Unidos que más me ha vinculado al estudio de ésta singular Nación.

Estados Unidos. La arquitectura como Estado. Su forma de concebir la separación de poderes y la capacidad de decisión de quien ha sido elegido directamente por el Pueblo para representarle. Su limitación del Poder y la independencia de su poder judicial. Todos esos factores han provocado siempre mi admiración y suscitado mi curiosidad.

Esa facultad del Pueblo para elegir a la persona, con nombre y apellido que dirigirá la Nación, más allá de la decisión de un partido o de un Congreso, coloca y da un protagonismo a los ciudadanos que elude aquello que, en España, tantas veces hemos criticado a lo largo de estos treinta últimos años: la casta partitocrática cerrada y alejada que, endogámicamente, crea sus propios líderes (ni siquiera elegidos y nombrados entre los afiliados de esos partidos).

Quedé prendado del sistema americano, estudiando y leyendo a Alexis de Tocqueville. Como él mismo decía, “el hecho generador” de la nueva ciencia política se encuentra en la igualdad de condiciones que priva en la sociedad americana. La igualdad es la causa; la libertad es el efecto: “No difiriendo entonces ninguno de sus semejantes, nadie podrá ejercer un poder tiránico, pues, en este caso, los hombres serán perfectamente libres, porque serán del todo iguales y serán perfectamente iguales, porque serán del todo libres”.

En la esencia del pensamiento del Estado de Tocqueville está la igualdad, que es justicia, y por serlo, es no solo algo bueno, sino bello. A diferencia de los románticos alemanes donde el procedimiento para llegar a la política era la poesía, en Tocqueville es una realización ética en la que asienta la cúspide del edificio que es el Estado.

Dicen que uno de los libros que fue quemado en Berlín por Joseph Goebbels era precisamente “Democracia en América”. Un motivo para volver a leerlo, sin duda.

Con el paso del tiempo otros pensadores han advertido de los peligros que acechaban a Estados Unidos como parte de la Civilización Occidental. Uno de mis favoritos, sin dudarlo, es Patrick Buchanan. Su libro “La muerte de Occidente”, me ha resultado una guía para interpretar cómo la caída demográfica y una inmigración masiva puede provocar la muerte de una Cultura. En una línea que siempre me recordó a Oswald Spengler y que, años más tarde, me reafirmó con las lecturas de Samuel Hunttington, Buchanan hizo hincapié en algo que, nuestros políticos españoles, -anclados en sus pequeñas victorias cada cuatro años- son incapaces de ver y mucho menos de acometer: la ruina de los valores morales, el egoísmo economicista y la decadencia del concepto de familia, como causas de una destrucción progresiva e inexorable. Buchanan, asesor presidencial de Richard Nixon, Gerald Ford y, durante dos años, Director de Comunicación de Ronald Reagan, llegó a competir con George Bush por la Presidencia misma de los Estados Unidos en 1.991 y llegó a recibir tres millones de votos. (Quizá quienes más hoy, en 2012, puedan recordar a él sean Ron Paul y muchos aspectos del programa de Newt Gingrich). Quizá haya muchos que, desde Europa, vean el papel de “Amo del mundo” que ha pretendido ejercer Estados Unidos como un grave hándicap para mirar con respeto y admiración el esfuerzo de un pueblo joven en la Historia. No todos piensan en ése papel de intervencionismo como paradigma. Pensadores como Buchanan o los políticos antedichos se han mostrado contrarios a intervenciones militares como la Guerra del Golfo y Kosovo.

Es tiempo de elecciones ahora. Tiempo de plantearse cuestiones que no sólo han de ser económicas. Cuestiones que inciden en la Cultura como elemento de transmitir Valores. Hay, en el mundo moderno, una guerra cultural. Nadie puede evadirse de ella. Los dirigentes políticos sólo pueden librarse del combate abandonando el campo de batalla o izando una bandera blanca.

Vivimos una época de crisis económica, de recesión, pero ésta tiene una raíz moral, una origen en el Alma misma.

Esta crisis coincide con las sacudidas que ha experimentado el cristianismo en Occidente y, también, con su persecución en naciones islámicas (con la pasividad de Europa que mira para otro lado ante estos hechos, más ocupada, últimamente en perseguir a Naciones como Hungría que han aprobado una Constitución que afirma a Dios). La pregunta sería si Occidente podría sobrevivir a la muerte del cristianismo. Will Durant no pudo encontrar un “ejemplo significativo en la historia, antes de nuestro tiempo, de una sociedad que mantuviese con éxito la vida moral sin la ayuda de la religión”. Hillary Belloc afirmaba que “Europa es la Fe. Y la Fe es Europa”. ¿Dónde encontrar la fuente de autoridad moral para cohesionar las sociedades?

No creo en estados confesionales. Y, precisamente, Estados Unidos surgió en la Historia como el territorio que escapaba a las persecuciones religiosas, a aquellas sociedades que daban carta de legitimidades según se profesara –o no-una Fe en la forma que determinadas personas entendían que debía profesarse. Estados Unidos, en su Isla de Ellis, alzó una llama de libertad que el imaginario de Norman Rockwell supo dibujar de una forma tan intensa como verdadera: libres, creyentes y, a la vez, patriotas.

Tiempo de elecciones. Cuando escribo estas líneas Newt Gingrich ha vencido Romney en Carolina del Sur por 41 frente a 27. Y regresando de un día en la nieve, junto a las piedras de San Lorenzo de El Escorial al atardecer recordaba las palabras del viejo abolicionista John Brown, yendo sentado sober el ataúd que lo transportaba por el campo de Virginia hacia el lugar de su ejecución: “ESTE ES UN BELLO PAIS”. Por esa misma razón los americanos han de luchar. Por esa razón, los españoles que nos sentimos tales, no podemos vencernos en la idea de que la crisis es económica, sólo económica.

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