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Economía o personas

Por: Carlos Martínez-Cava

Las recientes modificaciones legislativas en materia laboral han llevado a la reflexión a técnicos en Derecho del Trabajo, a Empresarios y al mundo del sindicalismo. Todos, cada uno desde su perspectiva, han expresado su opinión y se han posicionado a su favor o en su contra.

Mas, quizá, pocos han reflexionado sobre el modelo antropológico que estas (y anteriores) reformas legislativas imprimen en la relación de las personas con la economía, con las personas entre sí, y la relación de éstas con las empresas y centros donde acuden a desarrollar su vida profesional con la que construir y poder cumplir sus proyectos de vida.

Desde la Revolución Industrial, la preocupación por un orden social más justo, que no dejara al simple productor a capricho de horarios interminables, salarios de hambre o que no condenara al trabajo temprano a niños cuyo destino más inmediato era crecer en un entorno donde no faltara lo más imprescindible: alimentación, salud y una educación garantizada, ha sido una constante de los legisladores, de los movimientos sindicales y de muchos ciudadanos comprometidos con la más elemental solidaridad humana.

Dos guerras mundiales y políticas de crecimiento basadas en el llamado “Estado del Bienestar”, junto con una Carta de Derechos Fundamentales, inspirada en el Derecho Natural –tras la última conflagración mundial- parecían haber conjurado situaciones de desprotección en el mundo del trabajo.

Las recientes crisis económicas, arraigadas en modelos especulativos del mundo financiero sobre la economía real, han provocado una serie de descalabros bancarios, endeudamiento de los Estados y asfixia crediticia sobre los pequeños emprendedores que, en numerosos casos, han tenido que cerrar sus negocios o despedir a sus empleados masivamente.

Nadie parece (salvo casos aislados como el de Islandia), haber tomado conciencia de la responsabilidad de la crisis sistémica y perseguido a los culpables , buscando, primero, detener el mal causado y, segundo, organizando otra forma de sociedad donde situaciones así no puedan reproducirse.

Lejos de ello, el actual sistema económico, globalizado, mundialista, apremia a los Estados a reducir su desmesurada deuda, acometiendo una serie de reformas –sobre todo en los entornos del mundo laboral- por la que derechos reconocidos y ganados tras muchos años de lucha y negociación, dejen de ser relevantes y vayan siendo recortados, cuando no suprimidos.

Me llama especialmente la atención que no sea desde los movimientos tradicionales sindicales donde se analiza la raíz de estas medidas de los Estados, sino desde el mundo católico arraigado en el mundo del trabajo. Sólo en ellos he podido encontrar las reflexiones sobre el papel de la Persona en su relación con la Empresa, y los fines que aquella ha de obtener con el honrado desempeño de su trabajo. La cuestión es, filosófica, de pura raíz antropológica.

Mal podemos entender toda protesta contra las actuales reformas de los gobiernos, sino se es capaz de proponer modelos alternativos. Sembrando el caos, la agitación en la calle o el enfrentamiento no es como se construye la Paz y un orden social mas justo.

En ambos lados, el miedo ha jugado un papel fundamental. Por parte de ls gobiernos, el chantaje al que son sometidos por instituciones supranacionales –no elegidas democráticamente- que exigen, como un antiguo “Moloch”, el sacrificio de miles de trayectorias profesionales para abrir el grifo a refinanciaciones de una deuda tan astronómica como inexplicable. Por otro, el miedo de sistemas ideologicos ya periclitados que son incapaces de proporcionar horizontes de libertad y justicia, pues en su declive y desmoronamiento, no han sido capaces de ofrecer una Isla de Esperanza a la Persona.

Situaciones que son antitéticas, son en realidad parte del mismo problema.

Romper el equilibrio entre partes que nunca fueron iguales (empresario y trabajador), ligar un salario digno con el que un trabajador pueda crear y mantener una familia a esquemas de productividad ajenos a éste, romper la hasta ahora capacidad sindical para regular con el capital las relaciones laborales, desequilibra la balanza del lado del mas fuerte.

El trabajo es la clave esencial. Quizá la más esencial para hacer la vida de la persona más humana en esta tierra.

Leer como se ha leído en estos días, que el trabajador no ha de ser para el empresario mas que otro “proveedor”, despersonaliza absolutamente la cuestión humana, hasta cosificarla en extremo. Lejos de aquella infame frase “El trabajo nos hace libres”, sujeta a la entrada de campos de trabajo forzoso, habremos de entender que el trabajo nos ha de hacer más humanos.

Los Estados no pueden permanecer cruzados de brazos, en posición de un liberalismo decimonónico, ante la necesidad vital de la persona de crear y mantener una familia, de educar a unos hijos. Los Estados no pueden intervenir negativamente para dejar a la parte más débil en manos del capricho de un capital sin alma que decide salarios asiáticos fomentando vanas esperanzas en jóvenes que quieren iniciar una vida.

No es la misión del Estado esa. Si hemos delegado en el Estado el ejercicio de la violencia para que la vida social no sea la selva del más fuerte, no puede ése mismo Estado, desproteger a quien sólo ofrece sus manos o su intelecto para ganar un jornal.

No existe una prioridad del capital sobre el trabajo. Es justo al revés.

“Conviene subrayar y poner de relieve la primacía del hombre en el proceso de producción, la primacía del hombre respecto de las cosas. Todo lo que está contenido en el concepto de «capital» —en sentido restringido— es solamente un conjunto de cosas. El hombre como sujeto del trabajo, e independientemente del trabajo que realiza, el hombre, él solo, es una persona. Esta verdad contiene en sí consecuencias importantes y decisivas.” (Juan Pablo II. “Laborem Exercens”)

Estados que permiten la destrucción de su capital más preciado: el trabajo, pierden su legitimidad como tales. ¿Dónde estaban cuando los beneficios inundaban los mercados, las cuentas de resultados? ¿Qué medidas de participación en la gestión, en los beneficios, en el destino de esas personas en relación al entorno donde pasaban la mayor parte de sus horas, tomaron? Muchas de esas preguntas cabe hacerse ahora, en estos momentos aciagos para millones de familias que son arrojados a la desesperación de un entorno sin empleo, donde ya no cabe pedir “Caridad”, sino “Justicia”.

La ultima reforma laboral no ha de ser contestada desde el planteamiento de un “derecho” recortado o suprimido. El Discurso correcto será el que aporte qué modelo de sociedad buscamos. No una economía centralizada, ni tampoco otra donde los agentes invisibles marquen los flujos de tesorería en función de intereses que nadie elige.

La lectura de un Preambulo en una Ley es –y así me lo enseñaron en la Universidad prestigiosos catedráticos- el núcleo de la filosofía de la misma. Nada en las últimas reformas, me lleva a creer o tener motivos para la esperanza. Nadie me ha demostrado que salarios menguantes, o precarización de la prestación laboral, contribuye a familias fuertes, personas felices en sus entornos y proyectos de vida enraizados con los fines de las empresas.

Nadie se entregara, con la fuerza de una “devotio ibérica” al destino de una Compañía sin el sentimiento de formar parte del mismo proyecto que quien lo ha puesto en marcha y le hace partícipe tanto de sus momentos de gloria como de los de infortunio.

Sujetos desprovistos de dignidad no pueden dar lugar a sociedades en orden y en paz. Esa es la reflexión que deberíamos hacernos cuando veamos las calles arder…

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