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Primarias de Estados Unidos: Democracia Vs. Partidocracia

Por: Manuel Pastor

Aunque conviene diferenciar los caucuses de las primarias, convencionalmente se llaman primarias genéricamente a todo el proceso de selección y elección de candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, que comienza con el caucus de Iowa (en este año electoral 2012, el 3 de Enero) y con las primarias propiamente de New Hampshire (el 10 de Enero).

A finales de este mismo mes se celebrarán las primarias en South Carolina (21 de Enero) y en Florida (31 de Enero). Por tanto, hay Estados que han optado por el sistema de caucuses (doce en total, mas Puerto Rico y algunos territorios del Caribe y del Pacífico), y una mayoría que practican el de las elecciones primarias (treinta y ocho Estados). En ambos sistemas se eligen los delegados para la Convención Republicana que se reunirán en Tampa (Florida) el 27 de Agosto próximo, un total en torno a 1.200 que finalmente votarán a los candidatos definitivos para la presidencia y vicepresidencia.

Hasta la fecha, como es sabido, se han celebrado el caucus en Iowa y las primarias en New Hampshire, dos pequeños Estados demográficamente, con sólo 3 y 4 electores respectivamente en el Colegio Electoral. Cara a la Convención Republicana, en Iowa Romney ha ganado 13 delegados y Santorum 12. En New Hampshire, Romney 7, Paul 3, y Huntsman 2. Las próximas primarias en South Carolina y Florida van a ser un auténtico test del proceso en curso y mucho más significativo, por el peso demográfico de ambos Estados en el Colegio Electoral y por el elevado número de delegados en disputa, donde además el que gana gana todo.

Romney, candidato favorito en el Norte (claramente en N.H., en mucha menor medida en Iowa), va a tener que demostrar su capacidad de liderazgo y de “elegibilidad” en el Sur cristiano y conservador, claramente menos empático con un candidato mormón y donde va a probar la medicina que él aplicó contra Gingrich en Iowa: la publicidad negativa de los SuperPACs, la gran novedad en esta campaña.

Lo más llamativo y positivo del proceso es que se trata de un sistema, en ambos casos, realmente democrático, no partitocrático como en Europa. Es una característica más del “excepcionalismo americano” que los progres europeos contemplan con desconfianza (y muchos americanos, como por ejemplo el presidente Obama y su recua de radicales). Aunque ya existían precedentes en Pennsylvania en el siglo XIX, las primeras primarias -según el popular autor Kenneth C. Davis- se experimentaron en Minnesota en 1900. Escribo esto precisamente en este Estado que, sin embargo, volvió al sistema tradicional de los caucuses (este año se celebran aquí el 7 de Febrero, el mismo día que en Colorado, tras los de Nevada y Maine), y aunque es propiamente un conglomerado de asambleas de los miembros y votantes registrados del partido republicano, su estructura y funcionamiento sorprenden por la pureza democrática y deliberativa. Las primarias se establecieron definitivamente en Wisconsin en 1905, en Pennsylvania en 1906, en South Dakota en 1909… y hacia 1912, momento culminante de la era progresista, 15 Estados las habían adoptado. Cien años después, como dije, se han extendido a 38 Estados.

Evidentemente nada es perfecto y estos procedimientos, además de sus luces, tienen sus sombras, como la antes indicada de la intervención de los SuperPACs con medios ilimitados, gracias a una resolución de la Corte Suprema (aunque conviene distinguir la publicidad mendaz de la agresiva pero con datos objetivos veraces), y el carácter excesivamente abierto a candidaturas que pueden confundir o distorsionar la voluntad popular, mayoritariamente liberal-conservadora de los republicanos (los “Manchurian candidates” al servicio, no de China, sino del Manchú Obama y sus aliados. Es una hipótesis que merece investigarse empíricamente).

Pero lo que realmente merece una reflexión e investigación serias es el mismo hecho de la existencia de los caucus y las primarias para imaginar que es posible una democracia más libre, individualista y participativa frente a la corrupción partitocrática que, por ejemplo, padecenos en Europa.

Existe ya una importante literatura científico-política sobre las primarias presidenciales, desde los autores pioneros clásicos Ernest Hempstead (1905), J. T. Salter (1923), Louise Overacker (1926) y Charles E. Merriam (1928), hasta los estudios más recientes de William Crotty y John S. Jackson (1985 y siguientes). Dos viejos profesores míos, Leon Epstein y Austin Ranney (en las universidades de Wisconsin y Minnesota, respectivamente) hicieron importantes aportaciones al debate. Pero de lo que se trata ahora es de plantear y responder con valentía, como ya anticipó el historiador Paul Johnson: “¿Necesitamos los partidos políticos?” (Libertad Digital-Ideas, 30 de Mayo de 2006). La partitocracia, resultado final antidemocrático de la famosa Ley de Hierro de la Oligarquía de Roberto Michels ha alcanzado hoy dimensiones alarmantes, principalmente por la necesidad de la financiación de los partidos que, según todos los analistas, es la principal fuente de la corrupción.

Los partidos políticos de la moderna democracia fueron inventados precisamente en los Estados Unidos: Alexander Hamilton inspiró la creación del partido federalista, desde el poder, y James Madison junto a Thomas Jefferson respondieron con el partido demócrata-republicano, desde la oposición. Con el tiempo, sendos linajes concluirían en lo que hoy son los partidos republicano y demócrata, respectivamente. Grandes coaliciones de intereses y corrientes diversas estructuradas en torno a una tradición liberal común, en un caso conjugada en un sentido más conservador y en otro más progresista. Hasta Obama.

Desde 2008, el partido demócrata ha iniciado una deriva en un sentido más radical, socialista o socialdemócrata al estilo de la izquierda europea. El Obamacare es el símbolo de una voluntad más estatista, intervencionista, reguladora y restrictiva de la libertad tradicional de los americanos, y no solo en el ámbito económico. Es un sistema de control social desde la cuna hasta la tumba (incluso antes, con su apoyo a la contracepción y al aborto). El relativismo moral, el multiculturalismo y el anti-capitalismo (la “SS-Machine”, o maquinaria propagandística socialista-secularista, en expresión de Newt Gingrich) son los ingredientes fundamentales del programa obamita de “cambio”. Es por ello que todos los candidatos republicanos en principio declaran estar a favor de definir a Obama como “One-Term President”.

Frente al modelo excesivamente centralizado de los demócratas, los republicanos ofrecen una alternativa en la que los candidatos se presentan individualmente ante la opinión pública y organizan su campaña con sus propios medios, al márgen de la maquinaria del partido. El sistema de los debates previos a las primarias (ya se han producido un número próximo a la veintena), como ha dicho Sarah Palin, son un ejemplo de “democracy in action”. Evidentemente, hay diferencias. Romney, el candidato más liberal y favorito del Establishment GOP, tiene más dinero y una organización efectiva, también más rígida, por lo que su campaña en cierto modo reproduce el modelo tradicional. Gingrich, el candidato “outsider”, más conservador en la tradición reaganista, pero con menos dinero por ahora, está experimentando con un modelo innovador, de mayor comunicación con los electores, a través de los debates de ideas y de políticas, en los que ha demostrado una maestría superior al resto. Pero el factor Obama, es decir, la urgencia y prioridad para los republicanos de impedir una reelección del actual presidente, está jugando a favor de Romney, ya que la alternativa conservadora No-Romney de momento está fragmentada (Gingrich, Santorum y Perry).

Los avales del movimiento Tea Party, la mejor expresión de una voluntad popular, genuinamente liberal-conservadora americana, una vez depurado de algunos oportunistas pro-Establishment y otros desviacionistas libertarios que obtuvieron sus beneficios en 2010, pueden ser la clave de lo que ocurra a partir de las próximas primarias en el Sur (ver y oir esta noche del 11 de Febrero en el programa Hannity a la ex gobernadora de Alaska invocar la tradición filosófica desde Adam Smith hasta Thomas Sowell, resulta al menos esperanzador). No es previsible que los partidos desaparezcan, pero es posible –y el movimiento Tea Party en su corta historia lo demuestra- que en el electorado se generen anti-cuerpos que luchen eficazmente contra su corrupción sistémica, los purifiquen y contribuyan a una mayor calidad democrática.

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