El comunismo no se trata de una ideología que ofrece un modelo de sociedad al hombre, sino de una secta destructiva que siembra de cadáveres y ruina todo país que subyuga. Uno de sus ejemplos más paradigmáticos es la brutal dictadura marxista de Corea del Norte.
Tras la muerte del genocida Kim Jong Il, su sucesor, Kim Jong Un, ha considerado que las muestras de dolor de muchos habitantes del tiranizado país por el fallecimiento de su padre han sido “escasas en emoción” y, como informa la agencia Interfax, se han puesto en funcionamiento, desde el pasado 29 de diciembre, una serie de tribunales populares que están juzgando igualmente a todos aquellos habitantes de Corea del Norte que no hubiesen participado en las pompas fúnebres de la manera que deseaba la dictadura.
Y es que las autoridades de Pyongyan han condenado a seis meses de presidio en un campo de concentración a los norcoreanos que no lloraron suficiente la muerte del dictador Kim Jong Il. No debe olvidarse que el modelo represivo concentracionario no fue un invento de los nacionalsocialistas alemanes -otra secta de tintes políticos surgida del socialismo, pero con una impronta nacionalista-, sino del regimen marxista instaurado por Lenin y sus bolcheviques mediante un golpe de estado dirigido contra la república democrática rusa. Otra prueba -enésima- del delirio marxista, esta vez en Corea del Norte.
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