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La causa de nuestra vulnerabilidad a una crisis alimentaria

La falta de un desarrollo económico endógeno con una satisfactoria producción agrícola hace a Puerto Rico sumamente vulnerable a una crisis alimentaria a consecuencia de guerras, catástrofes naturales, cambios climáticos o debacles económicas mundiales. 

Esto lo ha advertido la propia Secretaria de Agricultura, Myrna Comas, en un loable arrebato de sinceridad. Puerto Rico importa el 100% de los cereales, grasas y azúcar; el 90% de las legumbres, pescados, mariscos, sopas y especias, así como más del 80% del café, cacao, té, hortalizas, carnes y frutas.

Queda una reminiscencia productiva nacional de leche y derivados, farináceos, huevos. Esta producción, ha advertido Comas, constituye muy poco de nuestra canasta básica alimentaria. Es bochornoso que Puerto Rico no produzca arroz, ni habichuelas de manera comercial. De lo poco que producimos localmente está un 15% de las carnes que  consumimos.

Es reprochable que las administraciones gubernativas de turno hayan mirado solapadamente a la agricultura como una actividad del pasado y no apropiadas para la modernidad. La atención de los gobernantes que se han sucedido en el poder ha estado centrada en la industria. En los últimos años, en la industria de tecnología de punta. Pero esa industria no llega al país en la cuantía necesaria para coadyuvar a su desarrollo económico. Después de la eliminación del incentivo de exención tributaria de la Sección  936 del Código de Rentas Internas, Puerto Rico dejó de ser un atractivo para la inversión.

La agricultura no únicamente sostiene la capacidad alimentaria de un país. También posibilita un valor agregado que incide en el desarrollo industrial y la creación de empleos a través de la agroindustria. Si tuviéramos gobernantes visionarios. Puerto Rico hubiera podido explotar su capacidad endógena mediante la agroindustria. Tenemos una tierra es ubérrima y el país posee el conocimiento tecnológico, los profesionales y una mano de obra diestra y razonablemente escolarizada. Únicamente hace falta confianza en el potencial intrínseco de nosotros mismos, orgullo nacional y voluntad política.

No necesariamente es con grandes industrias tecnológicas que se puede lograr el progreso de un país. También con la suma de inversiones modestas se alcanza el progreso económico. A veces con mayores garantías de durabilidad, porque es una actividad  económica que nace de las propias entrañas del país; algo propio.

La mejor virtud de la agroindustria es que garantizaríamos con ella nuestra propia capacidad alimentaria, sin estar a expensas de las veleidades de las  importaciones.

El autor fue columnista del desaparecido periódico El Mundo y ha escrito columnas y colaboraciones de análisis para la sección de noticias internacionales de El Nuevo Día. Es actualmente oficial de prensa y comunicaciones de la Unión General de Trabajadores (UGT).

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