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Amenazado por la Seguridad del Estado

“Escribir en Cuba puede ser un delito muy grave si uno persiste en violentar los límites de lo permitido por el gobierno o si estos sospecharan que alguien sabe mucho más de lo que escribe”, -señala Ernesto Pérez Chang.

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Oficiales de la Seguridad del Estado, Ayorbis Gil Álvarez (izquierda) y Léster González Hernández. – Archivo

A pesar de que el gobierno cubano afirma estar dispuesto al diálogo sobre el respeto a los derechos humanos, e incluso persiste en vender a la opinión pública internacional una imagen de cambio, sus múltiples aparatos represivos continúan operando en contra del derecho de los ciudadanos a la libertad de expresión. Pudiera parecer una verdad de Perogrullo por las reiteradas denuncias no solo de activistas de la oposición y periodistas independientes sino además de escritores no oficialistas y artistas con proyectos contestatarios que han sido acosados por los órganos de la Seguridad del Estado para que desistan de continuar ejerciendo el derecho a expresarse con total libertad.

Solo porque decidí dejar de ser cómplice de represores y funcionarios oportunistas, en un ambiente de tensiones he tenido que desarrollar mi trabajo intelectual y mi vida familiar en los últimos meses. La Seguridad del Estado ha establecido un cerco alrededor mío según me han confirmado vecinos del barrio donde vivo. Muchos, entre ellos varios amigos de la infancia, han sido visitados por agentes y oficiales del Ministerio del Interior para ser usados o reclutados como informantes. Les preguntan sobre mis familiares y amigos cercanos, quiénes me visitan o si frecuento alguna iglesia en particular o si pertenezco a algún partido u organización, también si vienen extranjeros a mi casa o si pienso viajar en breve, o si mi nivel de vida ha mejorado. De paso les infunden miedos, les advierten sobre guardar silencio acerca de sus pesquisas, y hablan de mi como de un delincuente del que hay que cuidarse para así justificar futuros arrestos y registros, así como las actuales invasiones a mi privacidad.

Una buena parte de esos mismos vecinos, sobre todo aquellos que me han visto crecer, o aquellos que simplemente me respetan por mi obra literaria sobre la que han escuchado mientras mis libros tuvieron el “permiso oficial” para ser promovidos en la radio y la televisión, han reaccionado de manera solidaria y, aunque temen ser identificados, no solo me dan cuenta de las constantes visitas de los represores sino que, contrario a lo que era habitual hace algunos años atrás, estimulan mi trabajo y me facilitan informaciones y hablan sobre cosas que los afectan.

Otros “amigos” se han acercado a mis padres y hermanas para infundirles temores y, así como han sido usados por la policía, usar a mi propia familia como método de control. Buscan desestabilizarnos a todos, enfrentarnos y preparar el terreno para poder actuar violentamente sin mayores consecuencias en un futuro. Escribir en Cuba puede ser un delito muy grave si uno persiste en violentar los límites de lo permitido por el gobierno o si estos sospecharan que alguien sabe mucho más de lo que escribe.

A sabiendas de la unidad de mi familia, a pesar de nuestras abismales diferencias ideológicas, en los últimos días algunos oficiales de la Seguridad del Estado han querido usarla en sus maniobras para silenciarme.

Al tanto de que mi padre, militar, goza de privilegios y ha ocupado y ocupa importantes cargos de dirección a nivel nacional, han usado sus temores y sus conocimientos de cómo funcionan los castigos por desobediencia, para causar enfrentamientos desestabilizándolo emocionalmente. En ese sentido, sin dudas el próximo paso en sus burdas estrategias silenciadoras será chantajear a mis hermanas con removerlas de sus puestos de trabajo, negarles el acceso a algún empleo o frustrar sus aspiraciones profesionales, solo por respetarnos mutuamente a pesar de las diferencias políticas.

Sé que oficiales de la Seguridad del Estado, vinculados a la cultura y especialmente al Instituto del Libro, han intentado controlar mis actividades a través de amigos y familiares. No es necesario que alguien me advierta al respecto. Durante mis años de trabajo en instituciones culturales, aprendí que son métodos comunes y que son esos “policías políticos” quienes deciden qué se publica, quiénes pueden hacerlo, cómo hacerlo y cuáles son los límites de permisibilidad, cuándo y dónde es conveniente que aparezca o se presente un libro o determinado autor. Sé que suprimen líneas en las obras, que borran nombres, que “empantanan” libros en las imprentas y que entierran tiradas completas en oscuros almacenes.

Este año, a pesar de que fui invitado a la Feria del Libro de La Habana y que mis libros fueron inicialmente incluidos en los planes de presentaciones, “fuerzas ajenas a la cultura” obligaron a los organizadores a suspender las actividades a las cuales yo debía asistir. De acuerdo con testimonios de empleados de varias librerías de La Habana, mis libros no pueden ser mostrados en las vidrieras ni se les puede dar ningún tipo de promoción. Mi nombre ha sido prohibido en la radio y la televisión, mientras que la prensa escrita no admite reseñas sobre ninguna de mis obras.

Las presentaciones de mi libro “La cocina de los chinos en Cuba” todas fueron suspendidas. El libro alcanzó la aprobación para ser vendido no solo porque ya había sido anunciada la aparición sino porque, debido al éxito de venta de este tipo de obras, su no publicación repercutiría tan negativamente en los ingresos de la editorial que se verían afectados los salarios de los empleados.

Lo que en realidad sucedió con mi libro “Cien cuentos letales” es una verdadera nube de misterios. Mientras Rogelio Riverón, director de la editorial Letras Cubanas, me aseguraba que había retrasos en la industria poligráfica que impedirían la salida para la Feria, un trabajador de la librería Fayad Jamís, en la Habana Vieja, me aseguraba haber vendido los 100 ejemplares del mismo que había recibido desde mucho antes de la fecha prevista para la presentación en la Cabaña. “Todos se vendieron en unas pocas horas a pesar de la orden de cero promoción”, me ha dicho este vendedor. En el resto de las librerías, según he comprobado personalmente, se han recibido muy pocos o, sencillamente, no han llegado.

Mientras se vendían algunos ejemplares en La Habana solo para “callarme la boca” y hacerles ver a las personas “malpensadas” que la censura en Cuba solo son “fantasmas de una paranoia”, se les informaba a los Centros Provinciales del Libro que mi título no estaba disponible y, por tanto, ellos no podían invitarme a ningún tipo de actividad en sus territorios por ese motivo técnico y no por un acto de reprobación.

Hay quien me recomienda que, de ahora en adelante, desista de publicar y presentar mis libros en Cuba pero no creo que sea la mejor actitud. Renunciar es replegarse. Publicar fuera de Cuba ciertamente me reporta mayores ganancias económicas por concepto de derechos de autor, es de estas retribuciones que vivo y no tengo que esconderme. Mi trabajo es escribir y mi vida es mi trabajo. No voy a renunciar al desafío de vivir y ser escritor en Cuba. Ni tampoco al desafío de morir en mi país.

Que sean las propias editoriales las que rechacen mis libros y las que reconozcan que actúan bajo presiones externas. Hay que desenmascarar, jamás hacerles el juego.

Mi experiencia personal no es única. Es un ejemplo entre miles en Cuba, de las consecuencias por desafiar el orden oficial y un testimonio de cuán dificultoso es tomar el camino de reclamar nuestro derecho a la libre expresión y a la libre información.

Son disímiles y perversos los métodos empleados para lograr el silenciamiento pero todos persiguen acorralar mediante burdas amenazas y, sobre todo, el desgaste sicológico del individuo. En esta atmósfera enrarecida transcurre la vida de quienes, despojados del miedo, deciden dar cuenta y narrar aquellas realidades que la prensa oficial cubana está obligada a ocultar porque desmontan los discursos triunfalistas del régimen.

Este artículo apareció originalmente en Cubanet el 6 de abril de 2015.

Ernesto Pérez Chang (El Cerro, La Habana, 15 de junio de 1971). Escritor. Licenciado en Filología por la Universidad de La Habana. Cursó estudios de Lengua y Cultura Gallegas en la Universidad de Santiago de Compostela. Ha publicado las novelas: Tus ojos frente a la nada están (2006) y Alicia bajo su propia sombra (2012). A finales de este año 2014, la editorial Silueta, de Miami, publicará su más reciente novela: Comida. Es autor, además, de los libros de relatos: Últimas fotos de mamá desnuda (2000); Los fantasmas de Sade (2002); Historias de seda (2003); Variaciones para ágrafos (2007), El arte de morir a solas (2011) y Cien cuentos letales (2014). Su obra narrativa ha sido reconocida con los premios: David de Cuento, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), en 1999; Premio de Cuento de La Gaceta de Cuba, en dos ocasiones, 1998 y 2008; Premio Iberoamericano de Cuento Julio Cortázar, en su primera convocatoria en 2002; Premio Nacional de la Crítica, en 2007; Premio Alejo Carpentier de Cuento 2011, entre otros. Ha trabajado como editor para numerosas instituciones culturales cubanas como la Casa de las Américas (1997-2008), Editorial Arte y Literatura, el Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Música Cubana. Fue Jefe de Redacción de la revista Unión (2008-2011).

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