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Del bipartidismo al unipartidismo: ¿una trayectoria inevitable?

Esa tercera fuerza política emergente, que ha desbancado a partidos tradicionales de América Latina aparece ahora en España en la figura de Pablo Iglesias y su partido Podemos.

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El líder de Podemos, Pablo Iglesias.

Mientras Evo Morales obtiene una aplastante victoria en las elecciones de Bolivia, los candidatos a la segunda vuelta de Brasil, la presidenta Dilma Rousseff y su oponente Aécio Neves protagonizan una contienda que enfrenta dos visiones opuestas del país: el capitalismo de estado que ha postulado el Partido de los Trabajadores y las políticas de libre mercado, con la autonomía del Banco Central, que enarbola el candidato del Partido de la Socialdemocracia Brasileña.

Después de la dictadura brasileña se estableció un sistema bipartidista entre la Alianza Renovadora Nacional y la oposición tolerada del Partido Movimiento Democrático Brasileño que funcionó hasta 1995, cuando el sistema de dos partidos cambia de protagonistas al ganar Fernando Henrique Cardoso las elecciones y gobernar desde 1995 hasta 2002, que es cuando entra en la escena política brasileña el Partido de los Trabajadores –aún en el poder– de Luis Inácio Lula da Silva.

Lo mismo ocurrió en Venezuela con el Pacto de Punto Fijo tras la caída del dictador Pérez Jiménez que, aunque al principio incluyó a un partido de izquierda (Unión Republicana Democrática) en el debate electoral, enseguida instauró una hegemonía bipartidista entre los partidos Acción Democrática y el Social Cristiano que dominó la vida política del país por casi medio siglo.

Otro tanto puede decirse de Colombia con la alternancia en el poder de liberales y conservadores. Y no fue muy distinto en Argentina entre justicialistas y radicales, en Uruguay entre colorados y nacionales o blancos, y así, con sus diferencias, en el resto del continente. Vale destacar que existieron sistemas en países como México, donde hasta hace poco era gobernado por un solo partido, y Cuba donde todavía lo es.

El bipartidismo brasileño de los últimos casi veinte años entre el Partido de los Trabajadores y el Partido de la Socialdemocracia Brasileña estuvo amenazado en estas elecciones por la presencia en la primera vuelta de la ecologista Marina Silva del Partido Socialista Brasileño, quien tal y como indicaban las encuestas, superaba en votos cómodamente a Neves.

La ecologista no pudo romper el férreo monopolio de esas dos fuerzas políticas que son las únicas, hasta ahora, con acceso a dirigir el mayor y más poblado país de Sudamérica.

Antes de que Hugo Chávez ganara la presidencia de Venezuela en 1998, un protagonista del bipartidismo venezolano como Rafael Caldera, del partido COPEI, ganaría las elecciones de 1993 con una coalición, lo cual supuso la muerte del sistema de dos partidos. Después, Chávez se encargaría de consolidar el alejamiento de Miraflores de adecos y copeyanos e instauraría un unipartadismo que no sólo se mantiene gobernando después de su desaparición física sino que parece difícil de derrotar por la vía electoral.

A partir de Chávez, un sector importante del electorado boliviano, ecuatoriano, uruguayo y de otros países latinoamericanos, que antes no votaba por no sentirse representado por los políticos de los dos partidos hegemónicos, pareció encontrar nuevos líderes y los llevó con sus votos a la presidencia de sus respectivos países. Pero la muerte de los partidos tradicionales por parte del electorado trajo como consecuencia –¿un mal mayor?– la entronización de un solo partido en el poder.

Como se ha visto, el unipartidismo del siglo XXI en América Latina ha sido, hasta ahora, consustancial al tema de la reelección presidencial con los consiguientes cambios de la constitución que ello requiere.

Esa tercera fuerza política emergente, que ha apartado o desbancado a los partidos tradicionales de muchos países latinoamericanos, aparece ahora en España en la figura de Pablo Iglesias y su movimiento político Podemos.

De procedencia izquierdista (militó en la Unión de Juventudes Comunistas de España desde los catorce hasta los veintiún años de edad), Iglesias es licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas, y ha sido profesor titular interino de la Universidad Complutense de Madrid.

Surgido del movimiento antiglobalización, en enero de 2014 Iglesias presentó la organización ciudadana Podemos, que dos meses después se transformaría en partido político. Pero lo más sorprendente vendría inmediatamente después al colarse en el Parlamento Europeo con cinco escaños y más de un millón de votos. Según ha asegurado este joven de 36 años, este es sólo el comienzo.

Para muchos, Iglesias y Podemos viene a ser la respuesta a las interrogantes de los “indignados” del 15-M que en 2011 se acamparon en la Puerta del Sol de Madrid para protestar no por el Partido Popular ni por el PSOE, sino contra todos los políticos a quienes acusaron y acusan de haber socavado la democracia española.

España es desde los años setenta una sólida democracia que actúa dentro de un marco jurídico que la caracteriza como un estado de derecho. Pero como Venezuela, Colombia, Ecuador, Uruguay y Bolivia en el pasado, sólo dos partidos tienen la posibilidad de gobernar.

Una encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas arrojó en julio de este año el inquietante resultado de un Podemos convertido en la segunda fuerza política en intención de voto por encima del PSOE y superado sólo por un 0,9% detrás del Partido Popular, por no mencionar que Iglesias tiene más seguidores en Twitter que el presidente de gobierno Mariano Rajoy.

¿Podrá Podemos –cuyo líder asegura que sí se puede– romper la hegemonía bipartidista del PP y el PSOE, llegar a triunfar en las elecciones presidenciales e imponer cambios profundos en el sistema político de España? Muchos dirán que no está a la vista que así sea. Pero tampoco lo estaba en la Venezuela de finales del siglo XX, cuando un militar golpista y recién indultado se presentó a unas elecciones cuyos electores buscaban desesperadamente una alternativa a la crisis que la clase política gobernante del país era incapaz de resolver.

Lo que sí está a la vista es que la mesa está servida y el tiempo tiene la palabra.

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